lunes, 30 de noviembre de 2009

Retrato de un día. Hecho en un día


Algo que escribí hace un tiempo para mi queridísimo profesor Capello. Esta adaptada para todo tipo de público y sin duda es perfecta para comenzar este nuevo blog.

Retrato de un día.
Una música estruendosa logra despertarla, entre desgano y bostezos alcanza el celular presionando el botón que calla la voz de la ambigua y excéntrica Lady Gaga, siempre ha sentido curiosidad por lo poco común y por lo mismo ha tratado de no parecerse a nadie más, digo a nadie más porque a ella siempre le dicen que físicamente es igual a su mamá.
Si bien ya es hora de salir de la casa, ella se lo toma con calma. Observa el paisaje que le entrega su habitación, un exceso de muebles de madera en distintas tonalidades la acorralan, papeles con palabras ilegibles, cuadernos que tienen por lo menos cuatro materias de ramos distintos y todo tipo de productos para el cabello, ella confiesa sentir una gran obsesión por su pelo algo que es ilógico, porque suele llevarlo muy corto.
En el suelo al lado de una alfombra que era blanca se encuentra su notebook recién estrenado, por el constante uso que le da, de seguro es el mejor lugar donde podría estar. Ella creció y nació con la tecnología y siente una gran atracción por ella, su padre se la impuso desde niña, siempre rodeado de cables, circuitos y placas de algún tipo, de las pocas veces que han compartido la mayoría ha sido en medio de un montón de aparatos metalizados.
Pone sus pies sobre la alfombra improvisada, se estira, mira sus manos y enciende el televisor comenzando una nueva jornada mientras escucha el morbo del canal privado, se anima a salir, camina despacio y baja cuidadosamente por la estrecha y ruidosa escalera, logra encender el calefón que se encuentra contiguo a la puerta trasera, se lamenta de que este sea automático, extraña el olor a pólvora que emanan los fósforos antes de fallecer por un soplido. Se aproxima a la ducha y deja que el agua hirviendo le queme la espalda, este momento es uno de sus favoritos en esos 20 minutos piensa lo que hizo, lo que no y lo que hará mañana.
Después de la ducha, vuelve a hacer sonar las maderas que la devuelven a su habitación, en el pasillo un Ángel de alas tatuadas y manos de artista la saluda al pasar, mujer voluptuosa de cabello castaño que es su compañera en la aventura de dejar a la familia atrás.
Nuevamente y sin prisa escoge con detalle la ropa que usará, trata de llevar siempre algo combinado y casual, aunque sabe que en su trabajo le exigen vestirse de modo más formal, poco le importa, tiene su estilo, recuerden que no le gusta parecerse a nadie más. Ya vestida se mira al espejo  que tiene sobre el gordo televisor, trata de encontrar la belleza arrebatada por las horas de sueño faltante y por la bohemia que lleva en la sangre. De repente la responsabilidad la hace retornar de su letargo, ya son las 8:40 y debe estar sentada en su escritorio a más tardar a las 9:15. Corre hacia a la puerta de salida, se despide de su compañera y de su leve descanso, trata de cerrar con prisa el candado oxidado.
Se lanza a correr con cuidado por las calles recién pavimentadas de la pre cordillera, acelera aún más su tranco cuando ve el microbús 305 que la deja afuera del metro Los Presidentes línea morada, al llegar de forma perezosa opta subir al metro por el ascensor, siente culpa,  pero la hora amerita un poco más de prisa. Se sube al metro, escucha la música que guarda y renueva contantemente en su mp4, simula que canta y se mira en las puertas del carro, se baja en Plaza Egaña, corre hacia la 505 y lucha con la gente que no les da el asiento a las señoras ancianas, mira con detalle las casas y lugares de la avenida Irarrázaval, es una de sus calles favoritas y le alegra pasar por ahí cada vez que se dirige o regresa de su lugar de estudio y trabajo.  
Llega a Salvador y saluda a los hombres que resguardan y amenizan la puerta de entrada de la universidad, dan las nueve y treinta, media hora tarde pero su jefa sonríe al verla llegar. Fernanda  guarda en secreto el enorme agradecimiento que le tiene a ese lugar, antes de llegar a trabajar, no tenía esperanzas de poder estudiar, el dinero no alcanzaba y la frustración la consumía, no podía desarrollar su vocación y tampoco olvidarla porque a través de diarios y revistas el periodismo la llamaba con ironías. Llegó a trabajar por solicitud y respaldo de una gran amiga, con el trabajo llego el dinero, las becas, el estudio, el cambio, las letras y la tranquilidad.
El trabajo y el estudio le cambiaron su panorama de vida, ahora ya no lucha con la frustración ni con el piso de las discotecas y bares que con alta frecuencia solía visitar en sus días de adolescencia y pereza, sino con la falta de energía, con la falta del amor de familia, con la dualidad de su cerebro plagado de comunicación y pseudo ingeniería, aunque  definitivamente la lucha más grande es con los kilos demás, al ponerse a trabajar dejó el deporte y con eso su musculatura, su cintura y la falta de ansiedad. Aunque tiene poco tiempo intenta dividirlo de la mejor manera, siempre deja espacios para amores venideros, para amigos estables y también pasajeros, para su familia que trata con frecuencia visitar, tarea muy difícil ya que debe visitar tres casas para poder ver a su abuela a su madre y a su papá.
 En la oficina ama escuchar música a todas horas del día, sin ella no se logra concentrar y abstraerse de los demás. A pesar de su corta edad en comparación con su equipo de trabajo, sabe cómo hacerse respetar, a punta de investigación, recuerdos y vivacidad logra sopesar la falta de estudios para el trabajo de informática que realiza en la recién creada dirección de planificación estratégica de la universidad.
Baja a fumar tres a cuatro veces en el día, hoy hubo reunión, por lo cual las colillas de duplicaron. Finaliza el día laboral, se toca su corto y rubio cabello y lo desordena un poco más, mira el retrato de Madonna que tiene pegada en la pared de su oficina, levanta su bolso tirado en el suelo, busca su mp4, espera la pantalla que le dice “Welcome”, se coloca los audífonos mientras se despide de sus compañeras de lunes a viernes, baja apresuradamente la escalera, ya es hora de clases y se tiene que fumar otro cigarrillo antes de entrar. En las afueras del pasillo consume 7 mg. de alquitrán, 0.7 de nicotina y 7mg. de monóxido de carbono, la mezcla perfecta para calmarla y también para de a poco matarla.
Al subir cuatro pisos se encuentra con su sala de clases, compañeros de edades variadas y de amplias sonrisas le besan la mejilla, aunque se siente feliz  junto a ellos siente un poco de melancolía, le gustaría dedicarse solo a estudiar,  con 22 años en el cuerpo le gustaría compartir más con gente de su edad.
Terminan las clases y vuelve a fumar, toma el microbús junto a un compañero que se baja en la misma estación del metro. En media hora deja de pensar, solo espera llegar a su casa, comer y conversar. Su compañera la recibe y le sirve una taza de té, cuatro cucharadas lo endulzan y unas hojitas de cedrón lo vuelven a amargar, un pan con jamón de pavo un poco de margarina y nada más.
Se acabo el día hace un buen rato pero ella sigue en pie, se sienta sobre su plumón rojo, realiza trabajos, escribe, ve fotos y correos en su notebook, programa la alarma, se recuesta de espaldas, solo una sudadera blanca y un par de pantaletas cubren sus pechos y caderas poco abultadas, coloca la cabeza sobre su plana almohada, veinte minutos para pensar, cuatro para reflexionar, uno para bostezar y cuatro horas para soñar.
Fernanda./

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